Además de uno de los recursos temáticos habituales en la obra de Luis Seoane, la figura del guerrero es también soporte de las posiciones intelectuales y plásticas del artista, con más o menos intencionalidad dependiendo de las obras. Lo que puede parecer una simple recreación de las luchas medievales gallegas o de la Antigüedad, es en realidad una referencia a la necesidad de basarse en el pasado para alcanzar la resolución justa del presente. Como intelecual de la Galicia del siglo XX comprometido con los ideales de justicia y libertad, Seoane se sirvió desde el exilio de su posición como divulgador cultural para agitar conciencias.
A través de una selección de grabados, témperas y óleos, Seoane nos convierte en testigos de las luchas de los hombres, de su espíritu belicoso, de los referentes mitológicos y de los valores del guerrero; es decir, de la disposición del individuo para alcanzar la victoria en un escenario de violencia física, y reivindicarla tras haber pasado por un tamiz pacificador, para conseguir la victoria de los desterrados, de los aislados, de los perjudicados por la pobreza, por la injusticia y el olvido. Como dice su poema Desterrados: “O home non pode camiñar soio sen perecer”. El triunfo del guerrero estampado por Seoane es el triunfo colectivo del Hombre.
La exposición muestra también el álbum el álbum de grabados Doce Cabezas, editado por la Galería Bonino en 1958 en una serie limitada de 70 ejemplares. El grabado es una técnica muy querida por Seoane, que comunica al artista con el pueblo dado su carácter popular. A este carácter popular hace referencia el artista en el prólogo de la edición del álbum, describiendo los orígenes de una técnica presente desde hace miles de años en la historia de la humanidad, no sólo como manifestación artística, sino como medio de expresión básico, anterior incluso a la escritura. Seoane emprende un viaje por la historia del grabado a través de un recorrido que va desde las lápidas romanas hasta los canteros medievales, pasando por el advenimiento de la imprenta y el homenaje a artistas que, como Goya o Gauguin, llevaron esta técnica a sus más altas cotas. Pero por encima de todo, Seoane destaca su condición de expresión popular, accesible a cualquiera que tenga un buril, un clavo o, sencillamente, una mano empapada en pigmento.